La Princesa de Yucatán: El poder del sello

La Princesa de Yucatán: El poder del sello

15 February 2016 Art & Local Culture 0

Durante un momento, el viejo enjuto permaneció inmóvil. Nakah, fuera de sí por el miedo, le lavaba el rostro con agua fría, le frotaba las muñecas, sollozaba a sus dioses para que devolvieran a la vida a este pariente cercano, el único que tenía en todo el mundo. Poco a poco, Copán recobró el sentido. Se incorporó, apretando el fragmento de piedra contra el pecho.
—Nakah, acércate —susurró—. Esta piedra guarda el registro de una riqueza fabulosa, oro, joyas. Están escondidos en las lejanas y secretas Monjas, el monasterio de nuestra tribu. Solo a ti y a mí, porque solo nosotros podemos leer la antigua escritura sagrada, se nos revela el camino secreto que lleva hasta ahí. Ayúdame ahora a mi jergón. Debemos dormir para tener fuerzas. Mañana puede ser el comienzo de un largo viaje...
—¿Pero cómo? —preguntó la joven, asombrada—. Nosotros... esclavos de cantera... ¿salir de aquí... viajar? No lo permitirán...
—El camino se abrirá —dijo el anciano enigmáticamente—. Y ahora, durmamos.

A la mañana siguiente, Copán se levantó antes del amanecer y se había aseado con esmero antes de que el estruendo habitual de los caracoles despertara al campamento de esclavos para su largo día de trabajo. El viejo se había bañado rigurosamente, alisado la barba y el cabello, se había puesto una prenda limpia y escasa, y ahora estaba listo para partir, apoyado en un nuevo bastón de madera de roble.
—¡Nakah, Nakah! —llamó.
Y cuando ella llegó, bajó la voz a un susurro.
—Sigue con tu trabajo diario como de costumbre. No digas nada de lo que te he contado. Volveré al anochecer.

Una vez fuera de su pobre choza, Copán, tanteando con el bastón, encaminó sus pasos por el sendero conocido que subía a una leve eminencia coronada por un amplio edificio de piedra, con el estandarte militar azteca de un águila sobre una rama de nopal encima del dintel. La cantera estaba bajo ley marcial y esta era la vivienda de Tihua, el capataz del campamento. Ahí se plantó el anciano y esperó hasta que apareció el señor de la cantera.

Al oír el chasquido de las sandalias de Tihua sobre el umbral de piedra, Copán se adelantó e hizo una reverencia, tocando el suelo con las palmas según el ritual azteca de saludo.
—Amo —dijo—, te ruego que me hagas llevar ante Su Alteza, Hunac Cuit, gobernador de la ciudad de Chichén Itzá.
—¡No! —respondió el soldado—. ¿Crees que tengo tiempo para estar enviando esclavos de aquí para allá?

Se interrumpió de golpe al ver detenidamente un objeto que el viejo siervo había sacado de debajo de su escasa túnica y que sostenía en la mano.

Este objeto, tan extraño de ver en la callosa palma de un esclavo de cantera, no era otro que una joya reluciente, de color verde pálido, grabada con el sello dorado del tlahtoani, el Emperador de los aztecas. Allá en el propio valle del emperador, en Anáhuac, un sello como ese, en manos de un mensajero, podía llenar la tierra de estandartes ondeantes y armamento de guerra. Incluso aquí, en la lejana provincia de Yucatán, un sello igual tenía peso. Con reverencia, el rudo soldado de la guardia de esclavos se tocó el corazón e hizo una reverencia con la palma hacia el suelo.

—¿Cómo lo obtuviste? —preguntó.
—Me fue dado hace mucho, mucho tiempo —dijo Copán, enderezando los hombros encorvados, como si una nueva dignidad lo envolviera.
—Obtienes lo que pides —dijo el capataz, girando sobre sus talones y entrando de nuevo a su vivienda.

Ahí hizo sonar las campanillas que adornaban su cortina de entrada para llamar a un esclavo, envió al muchacho a traer a dos soldados de la guardia, y puso a Copán bajo su custodia, indicándoles que lo llevaran ante Su Alteza, el gobernador de Chichén Itzá.

Hunac Cuit, gobernador militar de la provincia conquistada de Itzá, ejercía su cargo con considerable grado de solemnidad. De hecho, su palacio y corte eran fieles réplicas en miniatura de las cosas imperiales en la real Tenochtitlan, capital del gran Imperio Azteca. Esta cámara provincial de justicia era un amplio salón situado en medio de un patio rodeado de arbustos floridos y fragantes. Ricas tallas adornaban las puertas y ventanas. Cuando Copán y sus dos guardianes entraron a la cámara, la corte ya estaba en sesión. Su Alteza, Hunac Cuit, gobernador y juez a la vez, estaba sentado en una tarima bajo un dosel. Delante de él, sobre un banquillo, reposaban los símbolos convencionales de la ley azteca: un cráneo coronado y una flecha dorada. Rápidamente, uno tras otro, se llamaban casos, se escuchaban testigos, se dictaban decisiones. Un ladrón fue condenado a trabajos forzados, un cazador furtivo en las reservas reales fue desterrado. Luego llegó un joven dado a la disipación y al pulque —un borracho—. El juez, vestido con túnicas oscuras, alzó la mano para levantar la flecha fatal y dar la señal de muerte, pues en el código, la prodigalidad podía ser penada con la muerte. Pero entonces se detuvo y le dio al joven, que era apenas un muchacho, otra oportunidad de vivir. Y así transcurrió la mañana: casos, juicios, sentencias.

Pero Copán el Ciego no participó en esto. No buscaba una audiencia pública en el gran salón de justicia. En cambio, por el poder del sello real, mostrado de forma tan insólita en su mano curtida por el trabajo, obtuvo de los asistentes de la cámara permiso para esperar en una pequeña sala trasera una entrevista privada con Su Alteza.

Casi era mediodía cuando el gobernador, presionado por muchas obligaciones, al fin hizo espacio para recibir al peticionario harapiento que tan misteriosamente se negaba a comparecer ante Su Alteza —exigiendo en cambio que el gobernador-juez acudiera a él.

Cuando Hunac Cuit, con túnicas ceremoniales negras bordadas en plata, entró en la pequeña y austera sala trasera, exclamó con impaciencia:
—¿Quién eres tú, qué demandas audiencia? Habla, el tiempo apremia.

Al oír la voz, Copán se puso de pie, desplegando toda su estatura, pero no respondió. En cambio, levantó de sus ojos ciegos la venda raída que habitualmente le cubría la parte superior del rostro.


¡No te pierdas la emocionante conclusión de este capítulo la próxima vez!

 

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