Un último esfuerzo: Capítulo Dieciséis
Después de la muerte de su esposo, cuando Guadalupe examinó el estado de sus asuntos, se sorprendió al descubrir que sólo quedaban nueve mil setecientos pesos en la casa comercial, un ingreso de noventa y siete pesos al mes. Con eso, sin embargo, podía salir adelante, gracias a que su familia era pequeña y a ese espíritu de administración y economía que distingue a su sexo.
Sería injusto decir que no lamentó sinceramente la muerte de su esposo. Pero el tiempo le proporcionó el consuelo que sana las heridas de este mundo y comenzó a notar que no estaba hecha para la soledad en la que vivía.
Sucedió que llegó a enterarse de todo lo que se decía sobre el compromiso de Antonia Pacheco con Luis Robles, lo cual le resultó vívidamente interesante, pues pensaba en él con cariño a veces, recordando las locuras que solía hacerle y decirle. Con ese compromiso, renunció a la esperanza de que, viéndola libre otra vez, el periodista pensara en llevarla al altar, y poco a poco se fue convenciendo con tristeza de que sus circunstancias habían cambiado y que ya no ofrecía el mismo atractivo que antes hacía que aquel grupo de jóvenes se reuniera en la esquina de su casa y luchara por el honor de sus sonrisas.
¿Y ese Fermín Dorantes? Desde su desaparición cuando Pancho Vélez empezó a cortejarla, no lo había vuelto a ver en ninguna parte ni había sabido nada más de él. ¿Se habría muerto? ¿Se habría casado? No lograba enterarse de nada.
Quizá más adelante encontraría un nuevo esposo, aunque ya no era rica y, considerando a la juventud interesada en el dinero de hoy en día, tendría que dorar su viudez para poder competir.
No había estado sin pretendiente, es verdad. ¡Pero qué pretendiente! Deteriorado y con ojos hambrientos, tenía una zapatería no muy lejos de su casa. ¡Cómo cambian los tiempos! ¡Qué descaro! ¡Cuánto mejor era don Hermenegildo!
Pero, Dios mío, conformarse con don Hermenegildo era mucho pedir para ella, que parecía tener derecho a aspirar a algo más. Sin embargo, si lo pensaba bien, muchas personas en su situación se habían conformado con alguien como él. Además, era animado y bien educado; un poco chapado a la antigua, claro, pero por su apariencia se notaba que era una persona decente, y todos lo respetaban. En todo caso, era buena idea no descartarlo por si no aparecía otro.
¡Pero si don Hermenegildo no hablaba! Con esa timidez suya, todo llamaba la atención, pero no daba ningún resultado concreto. Lo más que hacía era aconsejarle que no renunciara al matrimonio, y decir que un hombre siempre le da respetabilidad a un hogar. No se atrevía a decir “lo digo porque yo quiero eso.” Si no fuera por doña Raimunda, que lo descubrió, quizá ni ella sabría sus intenciones.
Cuando se trata de enamorarse, hay que darse a conocer. ¡Eso era todo! ¡Pobre hombre! Es muy tímido. Ahora, ese Luis Robles... ¡Qué lástima!