Caverna de Balankanché: Parte Tres

Caverna de Balankanché: Parte Tres

31 January 2016 Art & Local Culture 0

Nota del editor: Lo siguiente es un extracto de El hombre que poseía una maravilla del mundo, escrito por Evan J. Albright. El libro es una investigación sobre cómo Chichén Itzá se convirtió en uno de los sitios arqueológicos más famosos del mundo. El autor nos explicó que durante el proceso de edición, se eliminaron o redujeron muchos fragmentos interesantes pero, al final, irrelevantes de la historia. Le pedimos a Evan que compartiera con nuestros lectores parte de esta historia interesante de Yucatán, y este es el resultado... Parte Uno de una serie de tres partes. Podrías considerar esto como la “versión del director” del libro, y esta parte presenta la historia real del descubrimiento y excavación de la caverna de Balankanché, a menos de dos millas del centro de Chichén.

Si apenas vas comenzando, puedes leer la Parte I y la Parte II aquí.

Balankanché, el Trono del Jaguar
PARTE III: Purificación

Durante el examen de la caverna de Balankanché, uno de los trabajadores mayas mencionó al arqueólogo William "Willy" Folan que un chamán maya o h-men del pueblo cercano de X’Kalakoop quería ver la cueva. Folan fue por él y llevó al h-men, Romualdo Ho’il, a Balankanché para que se reuniera con Andrews.

Según Fernando Barbachano Gómez Rul, cuya familia era propietaria del Hotel Mayaland y la Hacienda Chichén, los mayas de la región sabían desde hacía generaciones que, escondido en algún lugar, estaba el hogar del dios de la lluvia. Una vez que los habitantes de X’Kalakoop se enteraron de que se había descubierto la caverna oculta, supieron qué era y temieron que ahora estuviera profanada y trajera desastres sobre los mayas, como sequía, exceso de lluvia o granizo dañino.

Ho’il explicó en su lengua natal que él y sus hombres necesitaban realizar rituales en la cueva, ahora que había sido abierta, “para proteger a quienes han violado estos recintos sagrados”, refiriéndose a todos los que habían entrado en la caverna desde su descubrimiento. Uno de los grandes tabúes era que la cueva había sido profanada por una mujer, Gene Stuart, esposa del arqueólogo George Stuart.

“Es necesario hacer algo para que no les pase nada malo”, dijo Ho’il. “Los Yum Balames que están en la cueva están disgustados, y deben ser apaciguados.”

Los mayas querían realizar un ritual llamado tsikul t’an ti’ yuntsiloob (“Mensaje reverente a los Señores”) “para pedir que no haya peligro para quienes han penetrado estos lugares sagrados sin el permiso de los dioses”, dijo Ho’il.

Para Barbachano, la llegada de los mayas cambió su vida.

“Un anciano se acercó a mí y me dijo: ‘Fernando, hijito, quizá no me recuerdes, pero fui uno de tus maestros en Chichén.’”

Barbachano se mostró perplejo porque no recordaba haber tenido maestros mayas durante su infancia en el Hotel Mayaland de su familia. Solo recordaba a una mujer yucateca que su madre había contratado para darle clases particulares, pero no a ningún hombre. El maya continuó.

“Voy a pedirte algo porque nunca te he pedido nada. Quiero que nos des permiso para entrar a la cueva de Balankanché y realizar un ritual.”

“No tengo poder para hacer eso”, respondió Barbachano.

“Sí lo tienes. Puedes hablar con el gobernador y el gobernador puede dar permiso, así que tú puedes hacerlo. Entonces regresaré mañana a la misma hora y quiero una respuesta.”

Y de pronto, todos los recuerdos volvieron a él: las horas que había pasado en presencia de los trabajadores mayas en Chichén Itzá. Barbachano dijo que de repente comprendió que había sido “adoctrinado en la cultura y la religión maya por sacerdotes que trabajaban como jardineros en el Hotel Mayaland.”

Mientras Barbachano relata la historia, recordando esos eventos de hace más de cincuenta años, se le humedecen los ojos, su voz se quiebra.

“En ese momento—toda la—memoria vino a mi mente. En ese instante supe que tenía una misión. Fue un momento muy impactante y lo es cada vez que recuerdo ese incidente, porque lo estoy viviendo en este momento. Me provoca emociones muy fuertes.”

Con la ayuda de Barbachano, los mayas recibieron permiso para realizar su ceremonia, pero hubo una condición: los mayas debían aceptar que el ritual fuera grabado. Al principio se negaron, según Barbachano, diciendo a los funcionarios:

“No somos artistas de cine. No estamos jugando. Esta es nuestra religión y esto no es algo para el público.”

Finalmente Ho’il cedió y anunció que regresaría el 17 de octubre para realizar la ceremonia, que se llevaría a cabo durante más de veinticuatro horas dentro de la cueva. Calculó que necesitaba 532 pesos para alimentos y otros insumos requeridos por el ritual, incluyendo un guajolote grande, trece gallinas, trece velas negras, así como incienso, maíz, tabaco en hoja, miel, especias y dos botellas de aguardiente o licor. Para no arriesgarse a provocar aún más a los yum balames ni a los mayas locales, Andrews le dio a Ho’il 250 pesos y prometió el resto una vez concluido el ritual.

El Ritual
Al amanecer del día señalado, Ho’il y sus ayudantes llegaron y comenzaron el día preparando un lote de balché, un hidromiel dulce a base de miel, aromatizado con la corteza del árbol que da nombre a la bebida. Normalmente el balché se fermenta, pero como no había tiempo, le echaron un buen chorro de aguardiente.

Para los arqueólogos que habían estado trabajando dentro de Balankanché, la idea de pasar veinticuatro horas continuas dentro de la cueva para llevar a cabo una ceremonia resultaba algo desconcertante. Estaba la humedad.

“Las cajas gruesas de cartón que se llevaban en la mañana quedaban inservibles por la tarde para sacar especímenes”, escribió Andrews. “Incluso con menos de quince hombres en las cámaras interiores más grandes, el oxígeno se agotaba durante una jornada de ocho horas, dejando a los trabajadores jadeando, tras el mínimo esfuerzo, como si estuvieran en la cima de una alta montaña”.

Para realizar la ceremonia, habría más del doble de personas dentro de la cueva al mismo tiempo, y sería necesario encender velas y posiblemente incienso, lo cual consumiría aún más oxígeno disponible.

Pero el día señalado, a las 8 a.m., los arqueólogos se unieron a Ho’il y a trece asistentes (incluidos varios niños) para pasar más de un día entero bajo tierra. Andrews y dos miembros de su equipo de Dzibilchaltún, Folan y Stuart, se unieron a los investigadores mexicanos Dr. Barrera Vásquez, Raúl Pavón Abreu y Víctor Segovia para presenciar la ceremonia. Segovia (con la asistencia de Stuart) operó una grabadora durante la ceremonia.

A lo largo de veintinueve horas, el h’men Ho’il ofició más de veintisiete rituales, que incluyeron el sacrificio de varios pollos y un guajolote, el consumo de alimentos sagrados elaborados con maíz y miel, y la ingesta abundante de balché. Unas horas después de iniciadas las ceremonias, apareció Barbachano, y por una dispensa especial de Ho’il, se le permitió unirse al ritual. Varias horas más tarde, Ho’il, posiblemente afectado por todo el balché que había tenido que beber, se desvió del ritual para elogiar a Fernando “como un protector de la comunidad”, aunque Barbachano estaba muy vivo y presente en la cueva.

Los rituales continuaron hasta las 2:30 de la madrugada, momento en el que Ho’il declaró que habían hecho todo lo posible para aplacar a los dioses enojados. Todos los alimentos, bebidas y accesorios requeridos para la ceremonia fueron guardados, salvo por trece velas que se dejaron encendidas sobre un altar improvisado en la caverna principal. Los h’menes ordenaron sellar la cueva e instruyeron a todos a regresar dos días después.

El Regreso
La noche anterior al regreso a Balankanché, los dioses se hicieron oír, desatando lluvias torrenciales sobre Yucatán. El 20 de octubre a las 7:45 de la mañana, todos se reunieron de nuevo en la entrada de la cueva. Ho’il recitó una breve oración y luego condujo a todos a las entrañas de Balankanché. En el altar encontraron cuatro velas aún encendidas. Al igual que el número trece, el cuatro es un número sagrado para los mayas. Ho’il declaró que se trataba de un buen presagio.

Pero aún más asombroso fue que las velas permanecieran encendidas a pesar de que había llovido en la sala del trono. El agua, filtrándose por la tierra, caía ahora en forma de gotas desde los cientos de mini estalactitas que cubrían el techo de la cueva sobre el altar improvisado. La cueva sagrada, anteriormente profanada, había sido espiritualmente purificada.

Visitar la Cueva de Balankanché
La Cueva de Balankanché (también conocida como Gruta de Balankanché o Balamcanché) se encuentra a tres kilómetros al este de Chichén Itzá sobre la carretera 180 (entre el cenote Ik Kil y el poblado de X'Calakoop).

La entrada en 2015 costaba $115 pesos, sin incluir la propina para el guía (quien es obligatorio, ya que no se puede explorar la cueva por cuenta propia).

Los recorridos se hacen cada hora y se ofrecen de manera alternada en inglés (11 a.m., 1 p.m., 3 p.m.) y en español (9 a.m., mediodía, 2 p.m. y 4 p.m.), con un único recorrido en francés a las 10 a.m.

Sin embargo, los visitantes al sitio son escasos, por lo que se puede hablar con el encargado para hacer el recorrido en el idioma que hable tu grupo. La única vez que visité la cueva, el guía comenzó en inglés, pero como no lo dominaba muy bien, le pedimos que cambiara a español.


Lo anterior es una versión ampliada de The Man Who Owned a Wonder of the World: The Gringo History of Mexico's Chichén Itzá. (c) 2016 Evan J. Albright, republicado con permiso. Fotografía del incensario iluminado en la cámara principal de Balankanché por Bill Drennon. Otras fotografías son del autor, Drennon, Steven Fry y del monográfico Balancanché: Throne of the Tiger Priest de E. Wyllys Andrews IV (New Orleans: Middle American Research Institute, Tulane University, 1970).

 

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